Cuento
El Geógrafo de los Afectos
El rey sículo-normando, gobernante del destino de su pueblo, se asomaba a los balcones palaciegos palermitanos, observando el oleaje mediterráneo de lapislázuli, que sólo aumentaba su melancolía. La exuberancia que caracterizó su juventud, aquella de olor a vino, olivas, naranjos y azafranes, ya se había convertido en modestia y consciencia de su propia ignorancia y solitud. Recordaba con nostalgia al joven mozuelo, marinero que bajo las estrellas de Pherkad y Kochab hallaba los rumbos necesarios para navegar en las noches del Mare Nostrum, y en las infinitas arenas africanas. No era sólo marinero, sino geógrafo. (Leer Más...)
La vieja carta completa dedicada a "Ojos Moros"
Dhul-Qa'da, año de 1439 del calendario musulmán. Ciudad de Bogotá. Esta es actualmente una historia de ficción, pero fue real en su momento. Escribo esto con menos ingenio que desgarramiento espiritual. Recuerdo que recorría junto a ti, hombre de los ojos moros, los grises senderos de una ciudad contemporánea, imaginando que caminábamos por una resplandeciente ciudadela del Al-Ándalus, como tu apellido nos rememoraba, orientados hacia los senderos que proyectaban tus largas pestañas. Así descubrí que estaba enamorado de ti. Mi pasión orientalista, de anticuario y cronista, me permitió inventar en tus ojos almendrados y tu cabello rizado, mis profundas fantasías de azafrán, llegando a decirte, no banalmente, "mi moro". El gabinete de maravillas se llenaba de nuevo de imágenes preciosas a tu lado. Hoy día, meses después del final de nuestra historia, conservo, purifico y aún resiento las huellas que dejaste atravesadas en mi pecho. (Leer Más...)
Poesía
Espera el ilusionado
señales de lo que sueña,
más el cielo no le enseña
a timar al ruin malvado
—de respiro constipado—
genio que se le traspasa.
Demonio de faz traviesa,
solo tienta al iracundo
espíritu nauseabundo
de la impaciente pobreza.
Primeras décimas arrítmicas sobre el abandono
Cuando abrió los ojos mi consciencia,se construyó mi senda pedregosa,
y por la ausente paternidad veleidosa,
fulminóse mi pecho todo con mala ciencia.
Ni del despido hipócrita tuvo la decencia,
y el abandono corroyó mi tierna confianza,
con la culpa de una ruptura y mi añoranza,
de ser amado e inmortalizar mi alma,
en los recuerdos, sentires y la esperma,
Qasida al Fénix
galante porte artesano,
sereno, rostro lozano,
como en una foto vi,
el día en que yo debí
por vez primera elegir
aventurarme a vivir
un cuento de gratitud,
con persona de virtud
y a una cita aldeana ir.
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