[ENSAYO] Respuesta a un "hasta nunca" y lecciones sentenciosas para amar bien

El Columpio, Jean-Honoré Fragonard.


Esta es una carta embotellada y tirada al mar, quemada por el sol que ya nos dio la vuelta entera. Estás pensando en mí y por eso vienes. Mientras tanto, yo dispongo de ciertas transparencias porque ¿de qué se puede hablar con más certeza que de sí mismo? Dada la irreversibilidad del tiempo concreto, la memoria es la reconciliación de sí mismo como sujeto con todos los otros tiempos vividos. A partir de este axioma provisional deducimos que “no ser” actualmente se traduce en ya no ser ni nada ni algo. Sin embargo, abrazar el “hasta nunca” es una tarea inasible a plenitud. El soltar, como expresión grandilocuente, sólo se efectúa a veces, más allá de juramentos taxativos y eternos. La única despedida eterna es la muerte, y es a medias, porque la memoria de las cosas queridas no muere: por las palabras somos inmortales.

Quizá no volvamos a ser uno, pero yo rechazo el sepulturero “hasta nunca” frente a expresiones más benevolentes como “hasta pronto” o “hasta siempre”. La primera de estas despedidas más amenas no asesina al despedido, mientras que la segunda lo entroniza en las memorias. Con optimismo, espero el imperio del “hasta pronto”, y que su ley permita que brindemos con un café y conversemos con la serenidad que nos obsequia el tiempo del perdón.

Agradezco las respuestas cuando son inesperadas, así como las enseñanzas. Aunque me había resignado al silencio, sabía que alguna réplica tendría esta altura. Me alegra saber que el franco reconocimiento de mis errores contribuye a tu sanación. Respeto, con arrepentimiento y condolencia, el dolor que sufriste, la paz que construyes, y tu imposibilidad actual de perdonar. Se tarda a veces años en curar heridas, expiar y soltar, todo lo cual he padecido yo otrora. Por eso te entiendo. Me aterra el dolor que uno es capaz de causar, sin tener intenciones deliberadas de hacerlo, así que buscaré el perdón en mí mismo y en mis actos. Amaría sentir tu mano sobre mi panza, de nuevo, o tu beso en mi frente, convencido y convenciéndote de que la gente sí cambia.

He aprendido, gracias a tus enseñanzas, lo siguiente:

  • Que se debe seguir amando con las entrañas, pero con más consciencia de los tesoros del alma del otro. La ceguera del que puede ver (y no hace nada) y la violencia pueden ser dañinas por igual.
  • Es imperativo asumir los errores propios para construir mejorías. Pero no vale la pena ahogarse en la culpa, porque todo perdón reside en sí mismo más que en el pronunciamiento ajeno.
  • Sólo se debe amar cuando hay disposición práctica para hacerlo bien. La insistencia a destiempo es una prolongación de sufrimientos innecesarios, ya que cada quien actúa con lo que tiene en sus manos en su momento específico.
  • No está en manos propias enteramente que la vida tome ciertos rumbos ambicionados. Es liberador saber que hay cosas que no dependen de sí mismo. Ni el sujeto moderno es capaz de asumir individualmente la plenitud de su historia. Las circunstancias a veces nos desposeen de la capacidad de elegir lo conveniente, o nos dirigen a elegir los que uno considera males menores.
  • No debe incurrirse en las narrativas de victimización y representación monstruosa del otro, aunque ante el espejo de lo grotesco se debe ser capaz de disociar la bestialidad de la bondad propia. Si el resultado de esta narrativa conduce a la culpa intramitable y a la autodestrucción, no se trata de una buena estrategia de sanación.
  • La bondad del amor es variable en el tiempo. A veces lo único que se ama es el origen y la edad dorada; otras veces se ama intensamente el presente, pero a costa de supeditarse. Quizá el amor es más actividad que momento o sentimiento.
  • Cada quien debería responsabilizarse de sus inseguridades. No obstante, quizá uno de los más importantes legados que se puede aprender y entregar es que se debe cuidar a la otra persona tanto como a sí mismo. La responsabilidad afectiva es una empatía comprensiva, más que un tutelaje. Sin condolerse del otro, la ciega terquedad impera y agota todo amor bueno. Como no es un tutelaje, tampoco se trata de imponer tiranías personales en nombre del cuidado ajeno. La tiranía es soberbia y sorda ante las posibilidades de transformación mutua. Siempre debe haber disposición para negociar y conceder: las cosas siempre son mejorables, aunque hay que balancear el permanente escrutinio con la expresión necesaria del afecto. A veces hay que dar espacios al sentir, más allá de las palabras.
  • No es más bella la libertad de los finales que la mutua renuncia del libertinaje al momento de iniciar el amor. El placer de la libertad a veces actúa en contravía del arraigo, pero la vida me ha enseñado que echar raíz es vivir más cálidamente que volar permanentemente sin final.
  • Debemos aprender que odiar y ser odiado es legítimo. No todo odio se traduce en violencia, y a veces, en cambio, del odio se puede extraer la dignidad necesaria para superar. Eso sí, "sólo se odia lo querido", dicen cantores del desamor. Aunque el odio, en definitiva, imposibilita el perdón y la paz. Creo que la paz es una labor trabajosa y demandante, pero soy trabajador.
  • Aunque la duda cartesiana nos invada como genio maligno, y nos inquiera sobre la realidad de las emociones vividas, pronuncio con más convicción que razón que todo lo sentido fue real. Asimismo, la crisis también fue real, y no se debe permanecer con nadie por obligación. La puerta siempre está abierta para irse.
  • Algo que me ha costado mucho, y que me inquiere como historiador y como persona, es hasta que punto siempre el pasado se nos proyecta en la persona del frente. Si bien le preguntamos al pasado cosas desde nuestro presente, no podemos permitir que nuestro pasado ajeno responda por sí mismo a las preguntas del presente, y se apodere de él.
  • La indiferencia es la muerte del amor; el odio es la agonía de un amor que no muere en paz; el límite del amor es la dignidad; y la confianza es el sustrato del amor.
  • Una comprensión contractualista del amor, así como en los negocios, brinda una sensación de seguridad y un reglamento que sirve de suelo. Sin embargo, los contratos en el amor son desecantes y se convierten a veces en cadenas de opresión o de legitimación de actos desconsiderados. No se puede anteponer “la legalidad” o lo acordado sobre el respeto mutuo de las emociones. A veces lo que es “legal” hacer por acuerdo, resulta muy hiriente. Como reza el mantra de los abogados críticos: “lo legal no necesariamente es lo moral”.
  • Se recuerda según las preguntas por las que el presente nos inquiere, así que al atardecer, eventualmente, contemplarás el paisaje justo y matizado de lo que fue.

Me rehúso al “hasta nunca”, aunque no me corresponde bombardear ni acercarme a un alma herida, y por eso no estoy allá insistiendo.  No creo en el “hasta nunca” porque aún a la gente que más he odiado por amor, y a las que he rogado abandonarme definitivamente, de alguna u otra forma, y con los años, siempre han regresado como esporádicas conversaciones oportunas, bajo el sello del sereno sosiego. De alguna forma, los reencuentros así son muy gratos. Así como tú, me escindo entre la superación y la conservación, en una dialéctica que sólo se sublima en la conciliación mutua: el Aufhebung. Casi que esa podría ser la única metafísica de la historia en la que creo. Es por esa escisión y dilema que sé que, aunque una parte de ti deplorará mi pronunciamiento, la otra parte lo abraza y espera atentamente el momento milenarista de nuestro reencuentro en unos años. Siempre te llevo en mi corazón. 

Hasta pronto,

Rafael Nieto-Bello, septiembre de 2020

Comentarios

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. ¡Hola Rafael!

    Siento que esta es la manera más rara de comunicar con alguien pero no vi en tu perfil de Blogspot otra manera de comunicar.

    Escribí un mensaje dos veces (por error no envié bien el primero he) sobre tu ensayo “Respuesta a un hasta nunca y lecciones sentenciosas por hablar bien” y quería decirte que me tocó: no me había sentido así de identificado con un texto desde hace un buen rato. Sigue compartiendo tus reseñas, de seguro seguiré leyéndolas. Me siento leyendo a un confidente.

    ¡Cuídate!

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