[TANTEO] La Elocuencia del Silencio

Cristo Crucificado, de Diego Velázquez.

 

Cuanto más descubrimos el poder performativo de las palabras y el lenguaje, más nos vamos acercando a una “retorización” del mundo. Se elogia la persuasión y la capacidad de convencimiento, que alcanzan su apoteosis en el mundo del liderazgo, el coaching y la política comunicacional mediatizada. Con la dilución de las verdades se refuerzan las creencias cómo sistemas de valoración incuestionables. “Creo, porque es absurdo” aseguró Tertuliano en la tardía antigüedad. El valor de las cosas ahora se define en la calificación estética y en la recepción emocional de las palabras que las definen. Nos empodera tener la capacidad de crear creencias y opiniones, y compartirlas por cuanto medio sea posible. Asociamos el quedarse callado al ser pasivo ante lo que nos adviene. La actitud crítica se entiende hoy como levantar la voz. Hoy todos podemos ser líderes de opinión, ¿no? 

Sin embargo, chocamos contra el mundo en el momento en el que la palabra no es oída. No siempre la belleza de lo dicho y de lo escrito es omnipotente. Es más, nunca lo fue. Ni la palabra de Dios, dictada a sus mil apóstoles en cuanta religión monoteísta y cultura escrita se le oyó, ha sido capaz de lograr la soberanía total de nuestros espíritus. De allí que las palabras, aún en su infinita ambición, también flaquean, y también son insuficientes. Cuando hizo falta poder en ellas, hubo quienes debieron recurrir a los actos, y así la persuasión se convirtió en obligación y despojo. Cuando evangelizar mediante las palabras no fue suficiente, hubo que acudir a la violencia. Peor aún, de la violencia fecundando a las palabras, surgieron vástagos de nuevas violencias: cientos de filos de lanzas y flechas arrojadas por las bocas de los seres humanos. Muchas de estas armas, alegamos, nos permitirán no ser gobernados de esta manera, en consonancia con lo dicho por el gran Foucault. Otras, y algunas de las mismas, también son capaces de silenciarnos y callarnos, librándonos de margen de acción y vida. 

A veces, y sólo a veces, me estrello contra una realidad ante la que, por más que haya dicho o intentado decir las cosas correctas, para hacer las cosas correctas, o para subsanar mis errores, esas palabras no adquieren efecto en la realidad ajena que quise transmutar. En últimas, sólo el silencio obtenido en contra-prestación a mis palabras paridas, resultó ser mejor maestro que la moral que me empujó a actuar de alguna forma u otra. A veces el silencio ilumina por rememorar “lo indecible”, dándonos a entender lo inabarcable, lo ignorantes que somos, y el profundo abismo que separa a las palabras de las cosas. Otras veces el silencio constituye el más elocuente de los lenguajes: un “no molestes más”, un “lárgate”, un “hasta nunca” o un “ya basta”, tienen esa magia de aún siendo dichos o siendo callados, en el silencio encuentran su verdadera expresión y sentido.

Rafael Nieto-Bello, 2 de agosto de 2020

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