[TANTEO] El Infinito nos rehuye

Dante contemplando el Empíreo, Gustav Doré.
Sentí que nuestro amor tenía tintes celestiales, pero descubrí que inventaba una ficción fantasiosa y desgarradora, tan solo mirando estrellas. Mi invento de ti, logos y relato, era desproporcionado, pero estéticamente ambicioso: se trataba de un amor fuera de la caverna, verdadero, omnibenevolente, tejido por el orden, experimentación del Uno, devenir pleno del Espíritu Absoluto, Dante frente al Empíreo sintiendo el máximo goce, catarsis tras palpar el Infinito, desasosiego ante la magnificencia de la divinidad. Así, conocer, creer, amar, vivir, historia, escritura, y sabiduría, llegaron a ser lo mismo: un coro de cantos de lo perfecto, lo indecible, y lo irreductible: el "sentir profundo, como un niño frente a Dios", como diría la folclorista exiliada del sur. 

Pero Dante despertó, y al preso de la caverna lo mataron al volver a decir lo que había visto afuera. Metafísicos frustrados, como yo, que al despertar y volver, nos dimos cuenta de que lo infinito nos rehúye, se nos va, nunca lo tuvimos, nunca lo vimos, nunca fue. Lo único que tuve, como panteísta, fue el miedo de que me arrebataran un infinito que nunca existió. “Amar” pasó de ser la inconmensurabilidad absoluta y la totalidad inasible de lo real, a ser el miedo al caos de perder dicha fantasía inventada. Quizá algo tan ultramundano y astral era lo opuesto a la comprensión de las simples cosas terrenas. Amar, sin astrolabios, sí es dejar ir. 

Al-Muarikh, 2018

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